La llegada a las instalaciones que la Escuela de Supervivencia Anaconda 1, dirigida por Pepe Ogalla, tiene en la selva amazónica de Brasil se antoja larga, tediosa y complicada.
Tras hacer escala en Málaga, Lisboa, Fortaleza, Belén de Para y finalmente la ciudad de Altamira, aún nos aguardaban unas cuantas horas más de trayecto para llegar finalmente a nuestro destino.
Tras la llegada a Altamira, repusimos fuerzas en un alojamiento local y a la mañana siguiente nos dispusimos a recoger las provisiones y enseres necesarios para las dos semanas que nos aguardaban en plena selva . Las compras se hicieron interminables bajo el calor sofocante en las inmediaciones de la selva y la mirada de innumerables curiosos atraídos por los extranjeros que deambulaban por el mercado local y las tiendas próximas.
Una vez finalizado el aprovisionamiento y con todo el material necesario cargado en los vehículos, abandonamos la ciudad dejando atrás la civilización en dirección a la espesura de la selva donde pasaríamos las próximas semanas inmersos en la forma de vida indígena.
El trayecto a las instalaciones de la escuela se hizo largo y complicado ya que una vez dejado atrás el aeropuerto, último vestigio de civilización occidental, las carreteras de selva que nos conducirían a nuestro destino se encuentran en un estado precario. Tras cerca de dos horas atravesando zonas ganaderas, selva espesa y pequeños ríos alcanzamos finalmente la orilla del río Xingú. Sin embargo aún estábamos lejos de nuestra meta, quedaban por delante cerca de 40 minutos de viaje en un nuevo medio de transporte, mas rudimentario aún, si cabe.
Tras esperar, disfrutando de la calma y el frondoso paisaje, que los ribereños alcanzarán nuestra posición, trasladamos todo el equipo y material a dos pequeñas canoas, y comenzamos el cruce del río a fin de alcanzar la isla donde se encuentran las instalaciones y el puesto sanitario que la Escuela de Supervivencia Anaconda 1, dirigida por Pepe Ogalla, mantiene en esta zona de la selva amazónica para prestar asistencia médica a los ribereños.
El tramo que separaba nuestra posición en la orilla del río hasta la isla donde haríamos el curso, consta de unos 40 minutos aproximadamente de viaje en canoa propulsada por un pequeño motor de hélice. Avanzar por aquellas aguas oscuras y profundas, en una embarcación, no mas sólida que una cáscara de nuez, cargada de equipo y con escasos centímetros separando la borda del agua, pone de manifiesto la magnitud e intensidad del entorno natural de esta parte del globo.
Conforme nos acercábamos a las instalaciones de la noche se cernía sobre nosotros con escaso margen de tiempo para poder instalarnos y organizar el material antes que la oscuridad nos envolviera. Finalmente gracias la nuestra pericia, motivada por las ganas de descansar tras el agotador viaje, conseguimos instalarnos a escasos momentos que la noche lo cubriese todo. Aprovechamos esta ocasión sin igual para explorar la selva que rodea las instalaciones para disfrutar del silencio y la quietud que habitan en esta zona.
Con los primeros rayos de sol abandonamos nuestras hamacas y montados nuevamente en las canoas nos internados en el río rumbo al corazón de la isla donde instalamos el campamento y pasaríamos los próximos días viviendo de lo que la selva te ofrece.