¿Que decir de Chúcaro?
Podría comenzar respondiendo a una de las preguntas que más a menudo me hacen:
¿Qué significa Chúcaro Cimarrón?
La RAE lo define así:
chúcaro, chúcara (Adjetivo/nombre masculino y femenino)
- AMÉRICA – [Ganado, especialmente equino, mular y vacuno] Que es salvaje, arisco o bravío.
- AMÉRICA – [Persona] Que es huraña, arisca, poco comunicativa o díscola.
cimarrón, cimarrona (Adjetivo)
- [Animal] Que es salvaje, especialmente si era doméstico y ha huido al campo.
- [Vegetal] Que crece en el campo o la selva de manera natural, sin intervención humana.
Con esto en mente, podemos decir sin miedo a equivocarnos que Chúcaro Cimarrón es alguien con alma asilvestrada, un espíritu que ha intentado –y sigue intentando– huir de la civilización para vivir de forma más libre, más natural.
Que lo logre o no, ya es otra historia. Como todo en la vida, hay que negociar con la realidad, encontrar el punto medio entre lo que soñamos y lo que el mundo nos permite.

Raíces y primeras andanzas
Dicen que el nombre nos lo ponen nuestros padres, pero la vida es quien nos define. Manuel, como lo llamaron al nacer hace ya más de cuatro décadas (¡el tiempo vuela, amigos!), creció en las llanuras infinitas de la pampa argentina. Hijo y nieto de inmigrantes, pasó su infancia a caballo –en sentido literal y figurado– entre la vida rural del campo de sus ancestros y el trajín urbano de un pueblo bonaerense.
Antes de que la escuela, los deberes y las normas sociales marcaran su rutina, sus días estaban llenos de aventuras: cabalgar hasta perder de vista la última casa del horizonte, carnear, ordeñar, encender fuego con lo que hubiera a mano, levantar refugios improvisados en el monte. Más que aprender, absorbía la vida misma, entendiendo que en la naturaleza no se pide permiso, simplemente se sobrevive con lo que hay.
Pero todo llega a su fin, y la niñez libre dio paso a la escuela, la adolescencia, las responsabilidades… y la ciudad. Aun así, cada verano, cada feriado, cada oportunidad era una excusa para volver al campo, para reencontrarse con el aire abierto, con la tierra, con la esencia de su mundo.
El llamado del horizonte
Dicen que la oportunidad tiene cara de hereje, y en su caso, esa oportunidad se presentó en forma de un billete hacia lo desconocido. Viajar. Explorar. Ir más allá de los límites del pueblo, más allá de Buenos Aires, más allá del mapa que conocía.
Y viajó. Atravesó el ecuador, llegó al lejano norte, recorrió caminos y se perdió en otros. Conoció a tantas personas como le fue posible, sumó historias, coleccionó amaneceres y atardeceres en lugares donde ni siquiera el idioma era un punto en común.
Los años pasaron y, aunque la edad adulta suele poner freno a los sueños de infancia, Manuel seguía siendo ese niño asilvestrado que miraba el mundo con ojos de explorador. Un niño que sabía que este planeta azul es un regalo efímero, un escenario que estamos destruyendo con nuestra prisa, nuestras guerras y nuestro ego.
Así que, una vez más, hizo el petate y partió.
El viaje continúa
El mar lo llevó lejos, cruzó océanos hasta una ciudad bañada por el Mediterráneo y rodeada de montañas. Pero no se detuvo. Caminó hasta Fisterra, fotografió leopardos en Seronera, nadó en el Amazonas entre caimanes y anacondas.
El viaje sigue. El aprendizaje, aún más.
¿El próximo destino? Solo el azar lo sabe.

